miércoles, 10 de diciembre de 2008

Manuela la mujer (VIII)

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón

Sin descanso el libertador trabaja y obtiene grandes victorias políticas, allí en Guayaquil. Acoge bajo la protección de la República de Colombia al pueblo de Guayaquil encargándose del mando político y militar de esta ciudad y de su provincia. Se entrevista con San Martin y quedan claras las diferencias de estos dos grandes hombres, por lo tanto allí se convino decisivamente que Bolívar terminaría la guerra envuelta en su causa, pues la monarquía que proponía San Martin no se justificaba en el conflicto de una verdadera libertad y justicia para nuestras naciones, San Martin llamado el “protector” vio eclipsarse su gloria de guerrero, pero no su gloria de libertador, pues a pesar de su forma de pensar, la historia le reconoce como tal. Pero lo cierto es que Bolívar lo elimina, él era el último de sus rivales, y es él quien después de entender a Bolívar, toma la decisión de renunciar a todo y se exilia voluntariamente en Europa.
Después de estos éxitos, el libertador se toma un tiempo para dedicárselo a los grandes placeres que le pide su corazón. Manuela le espera cerca de Babahoyo, a donde llega navegando por el Guayas. La hacienda “EL GARZAL” los acoge como una pareja de lobos solitarios, son amores que vibran y los hace temblar de felicidad. Él, un experto seductor, ella, apasionada, desbordada, entregada totalmente. Jamás hubo en aquellos parajes ardientes sentimientos embellecidos por el bálsamo de Afrodita. Nunca se sintió un fervor más profundo y conmovedor. Pero, no todo es amor, Manuela comprende y vive también la enorme responsabilidad que tiene su amante ante los pueblos de América. Hay que escribir cartas a todas partes, despachar emisarios en todas direcciones, hacer política, formar y estructurar planes militares, hallar los medios necesarios para la próxima campaña del Perú, defenderse de los enemigos, crear ejércitos y aprovisionarlos, alistar barcos, buscar armas y pertrechos e innumerables cosas más. Manuela interviene también en todo esto, se hace una ayudante indispensable y le enseña a su general, que no conoce la fatiga ni descuido en su memoria, a ser mas desconfiado, a ver la dobles de los espíritus que le siguen, a informarle los más mínimos detalles de ese pozo de intriga, grandezas y miserias que es Lima, la Lima virreynal, en donde el “protector” y sus soldados han sido un poco menos que devorados por la molicie.
Amor, causa y guerra se unen para engrandecer y unificar sus vidas, ella entra a convivir plenamente con el genio a quien ama con amor de la carne y con amor del espíritu, de todo espíritu. Esos días son para la bella quiteña los más claros y sabe que con ello se hace también la retadora de toda murmuración, porque se ha convertido en la colaboradora más eficaz de la liberación. Pero, ¿qué importa? ¿a que conduce? Un divorcio había bastado para justificarse. Pero los divorcios no bastan, estos todavía no han entrado en las justicias sociales de la época, ni su marido, podría ser solicitado para concederlo, por propia dignidad de Manuela, ofendida en lo que más podía apreciar en su existencia: el amor, un amor de grandes emociones, apasionado, destruido por la incomprensión, la indiferencia, la rígida frialdad, la testarudez y la inclemencia de un hombre con sangre sajona.
Allí en Babahoyo, sus habitantes los admiran. Ella sale a caballo como toda una Amazona, va erguida, esbelta, junto a su amante, rompiendo con las empedernidas estructuras de esa sociedad que está dispuesta a no perdonarles tal insolencia, los dos se ven impertérritos, emocionados, felices, son dos almas dignas la una de la otra. Aquel pueblo se mezcla con ellos, respetan la aventura de esos dos seres, la aplauden sinceramente, porque son humanos muchos más amplios que los de la Serranía, porque muchos de ellos se identifican con sus vidas, guiadas y unidas solo por el código de las leyes eternas de la pasión y los sentimientos.
Nuevamente el libertador se ve obligado a desprenderse de su amor, parte hacia Cuenca y Manuela cargada de ensueños se va hacia Quito, durante seis días viaja a caballo sin presentar fatiga o cansancio alguno, entra en una actividad nueva para su vida. Vienen las cartas de amor a su hombre, a su pasión sensible de mujer, a esa separación convenida y necesaria por la causa, pero no así, para el sentimiento de los dos.
Ocurren muchas cosas, Bolívar no puede detenerse en Guayaquil, las tropas patriotas tienen que acudir urgentemente a Pasto, puesto que los españoles acaudillados ahora por Benito Boves, sobrino del terror llamado el “tata Boves” quien había sido muerto en la batalla de Úrica, proclamaban nuevamente a Fernando VII. Sucre es el primero en llegar y espada en mano somete a la ciudad que han sublevado los realistas, en plena navidad y Pasto está sembrada de sangre, cadáveres y desolación. Las tropas vencedoras se lanzan a los desmanes de la guerra, pero Sucre emplea su carácter y castiga a quienes han tratado de insurreccionar al ejército en ese vandalismo.
Bolívar en persona, con nuevas tropas llega al día siguiente de haber comenzado el nuevo año y dicta providencias excepcionales con energía a aquel pueblo que se ha alzado a favor de la causa española. Confisca los bienes de todos cuantos tomaron parte en la revuelta; impuestos a la ciudad de 30 mil pesos, de 3 mil reces y de 2.500 caballos, reclutan 1.300 hombres.
Mientras, Manuela que ha regresado a Quito se siente desprotegida, las horas son profundas sobre su tiempo y ve doblarse su felicidad en la tempestad de la ausencia de su amante. Es así, como se dispone a escribir la primera carta para hacerse oír adelgazando sus sentimientos como huellas que tiñen ese dolor enredado en su destino. Cito: (1) “en la apreciable de usted, fecha 22 del presente, me hace ver el interés que ha tomado en las cargas de mi pertenencia. Yo le doy a usted las gracias por esto, aunque más la merece usted por que considera mi situación presente. Si esto sucedía antes que estaba más inmediata, ¿que será ahora que está a más de 60 leguas de aquí? Bien caro me ha costado el triunfo de Yacuanquer. Ahora me dirá usted que no soy patriota por todo lo que le voy a decir. Mejor hubiera querido yo triunfar de él y que no haya 10 triunfos en Pasto.
Demasiado considero a usted lo aburrido que debe estar usted en ese pueblo; pero, por desesperado que usted se halle, no ha de estar tanto como lo está la mejor de sus amigas que es
MANUELA”
(1) Alfonso Rumazo González ( Manuela Sáez, el amor)
Esta carta revela que Manuela fue al norte con Bolívar y que se regreso a Quito únicamente cuando su amante iba ya por las proximidades de Pasto. Su gran preocupación es que él se halle aburrido, puesto que ella de repente se siente como una palabra de un amor desesperado.
(Continuará…)

lunes, 8 de diciembre de 2008

Manuela la mujer (VII)

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón

Pero los tiempos y la libertad de la patria exigían toda la voluntad del libertador, imperiosas necesidades políticas le obligaron a ausentarse de su amada, para marchar a Guayaquil, centro de coalición de las dos grandes fuerzas revolucionarias de la América Hispana: la que había triunfado en Boyacá y Carabobo y la que, se alejaba de las provincias de Río de la Plata, marchaba con el apoyo de los ejércitos Chilenos, a buscar una fórmula política para la anarquía social en que se debatía el llamado Nuevo Mundo y que no era otro, que el poderoso ordenamiento clasista y aristocrático que mantenía la sociedad Peruana.

Sin embargo, si bien es cierto, porque así lo demuestra la historia, a partir de ese momento los dos estarán unidos no solo por la mutua felicidad que les da el amor, no, sino también por el grande interés de esta mujer en la obra de Bolívar; en cuyo proceso descubrimos el amor y la devoción, la dignidad y la lealtad de ella por la causa.

Como podemos advertir, se impuso a todo y a todos, fue la compañera digna, una compañera de felicidades y también de hondísimas tristezas, una leal combatiente, en los intentos autoritarios y en los renunciamientos, a través de las horas solemnes en que su amante es el hombre más poderoso y dentro de las horas sombrías en que la traición o la enfermedad tratan de llevarse al genio a la tumba, ella está firme y de pie.

La presencia de un marido que sólo le ha proporcionado decepciones, frigidez, desengaño profundo respecto a la vida hogareña, no la preocupa. Para constancia, encontramos esta carta, de la cual cito un párrafo muy importante: “Yo sé muy bien que nada puede unirme a Bolívar bajo los auspicios que usted llama honor. ¿Me cree usted menos o más honrada por ser él mi amante y no mi esposo? Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente”

Nada la intimida, ni la asusta y menos los chismes que recorrían los salones Quiteños. Ella los conoce en su origen y en sus largos alcances, los ha vivido en plenitud, sabe sus intenciones, el daño que ocasiona porque son dosis de veneno despreciativo que mata las carcomas en un tiempo muy reducido y la sociedad lo utiliza como arma destructora contra quien se salga de su falsa apariencia, esa apariencia puritana, dogmática, ridícula y sobre cultural.
Por todo está decidida a mantenerse unida con el hombre que ha elegido su corazón y así lo hizo. Nunca hubo razón más poderosa ni firmeza más inconmovible que una determinación en el alma femenina. Ni nunca ha existido fuerza mayor que una mujer convencida de que ama y que es correspondida, hasta la muerte las respeta.

A pesar de que Bolívar se encontraba muy preocupado por la situación de Guayaquil que aún no había decidido ni por Colombia, ni por el Perú. Manuela se encontraba fija en su mente, más profunda en su corazón, y más aferrada a sus entrañas.
(Continuara…)

miércoles, 3 de diciembre de 2008

MANUELA LA MUJER (VI)

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón


El Libertador se acerca al Palacio Municipal, allí se había levantado una tarima donde se le harían los honores correspondientes. Manuela no alcanzaba a comprender lo que le estaba sucediendo, quienes la acompañaban en el balcón la notaron distraída, distanciada del evento, una explosión inesperada de sus emociones solo la proyectaban para preparar el momento de conocerlo personalmente. Debido a esta situación, ella relativamente no presto atención a las ceremonia triunfal que se le hacia a Bolívar, bellas quiteñas, vestidas de ninfas, le coronaban de laureles y lo invitaban a escuchar los discursos de las autoridades, luego fue llevado a la Catedral donde se ofició una misa especial.

El encuentro tan anhelado por ella, se produce esa misma noche, en el baile ofrecido en honor al Libertador por las autoridades locales. El gran salón de la casa municipal había sido acondicionado para el evento y fue adornado con un precioso dosel de rico tricolor de seda, centenares de luces y engalanado por el brillo de los uniformes de los revolucionarios y las magnificas galas de las damas quiteñas; hacia el fondo del salón se le preparó el sitio de honor al caraqueño, a quien rodeaba su estado mayor y las principales personalidades de la ciudad.

Del brazo de don Juan Larrea, Manuela atraviesa el enorme salón y va al sitio donde está el hombre que ella se ha prometido conocer personalmente, muy cortésmente don Juan se la presenta al Libertador, éste al verla trae a su mente aquellas miradas ardientes que se habían cruzado en el desfile, sus manos se unen y sus almas se estremecen en un trance que los atasca en unos sentimientos encontrados, fue algo muy fuerte en ellos, tanto así, que por instantes olvidaron la importancia de la ceremonia.

Manuela se había preparado para esta ocasión, sabia que no tendría otra, en lo personal puso el mayor cuidado en su maquillaje, en su tocado, nunca había sido tan grande su necesidad de gustar, de ser admirada y deseada como esa noche. Se aseguraba de comenzar a vivir una nueva vida, toda su naturaleza la comprometía solo en el anhelo de introducirse en el alma de Bolívar, quien a pesar de las atenciones que lo rodeaban no podía dejar, mientras bailaba, ver el símbolo de sus sueños, la sentía, admiraba su imponente orgullo, lo embelezaba su picara sonrisa mundana, descubría sus habilidades, era el ingenio personificado en una mujer de extremada belleza.
Por intermedio de algunos de sus oficiales se enteraba que era una mujer de carne y hueso, audaz con la espada, capaz como él, de montar a caballo durante días y versada e intelectual como cualquier oficial superior de su estado mayor. Bolívar no puede quedarse en la paciencia de esa historia, abandona de nuevo su sitio de honor y ante la curiosidad de todos los presentes, que conocían la fama del líder, pues el Libertador tenía ya todo un historial sentimental, como el marinero del poema: “En cada puerto un amor”, e igual a las galanterías y leyendas de la señora Thorne, nuevamente la invita a bailar, todos los ojos se fijan en ellos y a partir de ese momento danzan casi toda la noche, conversaron y se prometieron con animo acometer nuevas y más temerarias empresas.

Manuela no vaciló para decidir su nuevo destino, su corazón no tuvo entonces, ni tendría después otra ambición que la de ganarse por completo el amor de ese hombre, que en forma plena satisfacía sus aspiraciones y sus sentimientos. Coinciden los dos, sin dudas, enrumbarse hacia lo inevitable, ella y él se sintieron dominados por la seguridad de que su amor forjaría esa voluntad de durar y fortalecer sus emociones y sus pasiones. Al despedirse esa noche solo restaba resolver los nuevos pasos de sus vidas y se imaginaron el placer de sentirse amados para siempre.

Para ese momento Manuela tiene veinticuatro años y el Libertador cuarenta. Menos de veinte días duran esas relaciones en secreto, las fiestas se multiplican, las invitaciones se hacen diarias y comienzan las murmuraciones en aquella sociedad, donde ninguno de los dos se da por aludido. Su posición era la entrega total, donde la emoción descubría nuevas felicidades y aunque el Libertador conocía muy bien las costumbres de estos lances y ella se gobernaba por su temperamento voluntarioso, audaz, despreciativo y sensual, sensualismo que busca en el placer la gloria, los dos se han unido, porque en estos temperamentos la lucha es una necesidad y marchar contra la corriente de aquella sociedad una dicha.

Manuela era una mujer hermosa, rica, aristócrata, valiente y decidida para todos los desafíos. ¿Qué podría perder? ¿Su matrimonio con el doctor Thorne?, eso estaba desbaratado hacia mucho tiempo. Ahora si cambiaba su desgracia por la gloria de amar y ser amada por el hombre más grande de América en ese momento. En cuanto a Bolívar se encontraba en plena gloria y cada día adquiría fulguraciones mundiales, se cruza con esta mujer en su camino, en cuya existencia él funde las grandezas de la emancipación de los pueblos, los resentimientos, las caídas y las debilidades del nuevo mundo caótico que estaba adquiriendo conciencia en los combates de la revolución y porque siempre supo que Manuela Sáenz, la mujer, era ante todo una rebelde, una americana, con una conciencia llena de libertades y justicia, pues en su sangre, en su historia y en sus recuerdos, estaba el drama de la esclavitud y en sus potentes conceptos existía la energía del nuevo porvenir, como lo que en esos momentos se vivían y ya se asomaban como un horizonte de este continente.

Por eso Bolívar, en los brazos de Manuela vivía el delirio y la pasión, estaba protegido por su ternura y nunca se sintió lejos de su drama histórico con el cual estaba comprometido. De ahí que estemos obligados a entenderlos, porque si observamos, no fue indudablemente el sentimiento corporal que los juntó, hubo además una potencia espiritual unificada, los mismos anhelos, la misma rebeldía, la misma ambición de libertad y justicia, una misma fe en la causa, un mismo sentido del sacrificio integral, una misma desconfianza de todos a pesar de la necesidad de contar con todos y la misma y triste experiencia sentimental.

Ni María Teresa, su esposa, fallecida; porque mi Dios no le permitió un tiempo como para analizar, ni Fanny de Villars, ni Josefina Machado, la famosa “señorita Pepa”, como le decían los revolucionarios venezolanos, ni Manuelita Madroño, en la sierra peruana, ni Antonia Santos de Colombia y otras, no pudieron nunca conquistar el corazón y el pensamiento y todas las facultades del Libertador. Sólo en su vida hubo una, que por su inteligencia, sus sentimientos, su preparación y por el vigor de su carácter logro penetrar su vida, su alma y su corazón: MANUELA SAENZ, LA MUJER.

(Continuará…)