lunes, 28 de marzo de 2011

La bolivalogía (X)



Por: Víctor J. Rodríguez Calderón

El problema elemental en la fundación científica de la estrategia revolucionaria la entiende perfectamente Bolívar, él sabe que esta refiere a la cuestión de la etapa de la revolución en que se encuentra en ese momento como movimiento. Este problema lo encontramos históricamente vinculado a las relaciones existentes entre la revolución libertaria y la contrarrevolución monarquista que busca estabilizarse ahora con mucho más fuerza.

LA RECONQUISTA CANARIA

Se le llamó así por la participación estelar de Domingo Monteverde cuando aprovecho el aumento reaccionario de fidelidad a la corona, evidenciado en lo movimientos sangrientos insurreccionales de Valencia. Pero continuemos el proceso histórico que me propongo relacionar.

El terremoto del 26 de Marzo tiene replicas el sábado de gloria y el 24 de Abril en forma mas violenta aún, esto lo aprovechan los clérigos españoles para incitar al temor de Dios, lo que le abre paso con mas fuerza a la insurrección realista, la población se asusta y responde positivamente a estos pedidos. “La circunstancia –dice el historiador Heredia- de haber acaecido esta catástrofe en el mismo día del año eclesiástico cuya venerable solemnidad se interrumpió y profanó dos años antes con el primer acto de la revolución, lleno de terror al común del pueblo y aún a muchos de los que preciaban espíritus fuertes. Uno de los patriotas más entusiasmados me aseguró que en los momentos de mayor angustia le pedía misericordia y perdón al rey tanto como a Dios”.

Desde ese momento la causa revolucionaria empezó a decaer visiblemente. Los fracasos de la administración y la obra de la naturaleza destruían así la endeble obra de unos teóricos considerados ilusos, quienes no comprendieron que perdido el maravilloso elemento de estabilidad y de unión representado por el acatamiento casi místico concedido en América a la Monarquía, los conducía al declive, pues esa unión y esa estabilidad sólo podían conservarse por el ejercicio de una autoridad fuerte y capaz de producir la cohesión social que durante 300 años mantuvo el Derecho, considerado de origen divino, de los reyes españoles.

Pero Bolívar ya sabe la histórica responsabilidad que se le viene encima ante todo este caos social, él sabe que hay que liquidar a Venezuela como colonia, está es la tarea fundamental de su pensamiento revolucionario, el cual tiene que llevar a la acción, pero para suprimir las cadenas es necesario dos enfrentamientos, el interno, una guerra civil y el externo una guerra contra el imperio español.

Definitivamente es en Marzo de1812 cuando se inicia con toda fuerza la contrarrevolución que venían preparando Cortabarría desde Puerto Rico y el capitán general Miyares, en Coro. El español Domingo Monteverde salió de Coro al mando de una expedición compuesta de 200 hombres con el propósito de tomar los almacenes de Carora y fue tal el apoyo prestado por los pueblos, que Monteverde después de tomar a Carora ocupó a Barquisimeto y avanzó sobre San Carlos, a pesar de las instrucciones de sus superiores, quienes le advirtieron las dificultades de tomar esta plaza con sus escasas fuerzas. Pero otra cosa pensaba Monteverde, ya conocía las debilidades que carecían los jefes republicanos, él tenía las energías y la crueldad para imponerse derramando la sangre que fuese necesaria.

Cuando asalta a Carora y la toma toda la población patriota fue pasada a cuchillo y la ciudad la entregó al saqueo. Cerca de San Carlos, Monteverde se dirige en los siguientes términos a Ceballos, su inmediato superior: “El entusiasmo de mis tropas y la cobardía que ha manifestado el enemigo me aseguran el buen éxito de cuanto emprenda, y a esto se agrega el asombro que han producido a todos los vecinos las grandes desgracias que el terremoto del 26 ha causado en los pueblos que se manifiestan en la adjunta relación. No dudo que la conquista de Venezuela será hecha por el ejército coriano. He intimidado la rendición a San Carlos, que sin duda se entregará antes que le suceda lo que a Carora”

Su optimismo no era fundado, La poderosa guarnición, con una selecta caballería patriota, desertó inmediatamente y se le unió, lo cual decidió la batalla y le entregó la plaza. Igualmente ocurrió poco después con Valencia, abandonada por los republicanos ante el victorioso avance del ejército español. Miranda cambia entonces de táctica y se dedica a fortificar los principales pasos de acceso a Caracas, mientras Monteverde continuaba su rápida marcha y enviaba a Eusebio Antoñanzas, uno de los más enérgicos y sanguinarios de sus capitanes, a levantar los llanos de Calabozo, de los cuales esperaba sacar ganado y especialmente reclutar nuevos soldados. La toma de San Juan de los Morros, el día 23, abrió en la historia de Venezuela la primera y dramática página de las actividades de los caudillos populares de España “Ni las mujeres ni los niños –dicen Baralt y Díaz- pudieron encontrar piedad. Complaciese el capitán Antoñanzas en perpetrar el crimen con sus propias manos, siendo el primero en poner fuego a las casas y en alancear a los desgraciados que salían huyendo de las llamas. Allí empezó su horrible celebridad y la serie no interrumpida de atrocidades que mancharon después la guerra entre los partidos”:

Mucho se ha criticado a Miranda por su táctica defensiva y mucho se la criticaron entonces los oficiales venezolanos, pues ninguno de ellos se explicaba como disponiendo de un número superior de tropas al de Monteverde, optaba por la inactividad en cambio de tratar de destruirlo en un ataque inmediato. Esta extraña conducta no carecía de serios fundamentos. Miranda vio en San Carlos que la batalla se decidía porque sus tropas se incorporaban a los ejércitos enemigos, y en la acción de los Guayos, donde los republicanos disponían de 4.000 hombres, no pudo evitar que mas de la mitad de los mismos, al avanzar Monteverde, se negara primero a hacer fuego y después abandonara las filas para unirse a las tropas realistas.

Como se notará esta conducta reflejaba que en el plano de la dirigencia militar, del liderazgo, la revolución entraba cada vez más en peligro pues se alimentaba siempre por sentimientos y concepciones empíricas y espontaneas y por un terrible desconocimiento tanto del terreno de lucha, como de la tropa combatiente.

Miranda optó entonces por la defensiva, con el fin de conservar posiciones esenciales mientras trataba de obtener ayuda militar de Inglaterra. Delpech, uno de sus oficiales, fue enviado en misión especial ante las autoridades de las vecinas colonias inglesas; el francés Du Cayla partió para las Antillas a reclutar aventureros y en notas repetidas, Miranda se dirigió al gobernador de Curazao solicitándole ayuda. Lo mismo hizo en cartas a Richard Wellesley, a Bentham, a Lord Castlerag, a quienes pidió encarecidamente intervinieran en su favor cerca del gobierno británico.

Con un ejército aquí, el generalísimo abandona las soluciones revolucionarias militares y las sustituye por las diplomáticas. Bolívar obtenía, gracias a las influencias del marques del Toro y sin la autoridad de Miranda, el cargo de comandante de la plaza de Puerto Cabello, cargo que asumió en los primeros días del mes de junio.

En el Castillo de San Felipe situado en esta plaza, permanecían prisioneros un numeroso grupo de españoles, detenidos durante la insurrección de Valencia, quienes clandestinamente mantenían activa comunicación con el exterior, porque muchos ciudadanos de los alrededores de la plaza eran decididos partidarios de la causa realista. Esta acción llevo a Bolívar a tomar una actitud radical de severidad con sus habitantes, que no demoró en aumentar las notorias simpatías de éstas por los españoles y en ganarse allí el calificativo de “tirano”.

En este ejemplo inicial, Bolívar enseña que toda acción revolucionaria, todo arte de dirigir las luchas de las masas, tiene que tener un fundamento fuerte, científico, objetivo. Y, al revés todo análisis objetivo, el desarrollo de la política revolucionaria como ciencia, se apoya desde que se comienza, en sus vínculos con la práctica revolucionaria.

Esta acción de los habitantes como interlocutores de los detenidos en el castillo ¿Fueron la causa del grave fracaso que no tardaría sufrir Bolívar? Por supuesto que no, la `política contraria opuesta a la revolución llevada por el generalísimo, presentaba como resultados la permanente deserción de sus tropas y agréguese a este el garrafal error del descontente de subestimación hacia las tropas patriotas y estas hacia Miranda. El fracaso que se llevo Bolívar en Puerto Cabello solo puede explicarse por las escasas vinculaciones de las masas con la causa emancipadora y de ninguna manera la drástica energía desplegada por él.

El 30 de Junio, encontrándose Bolívar en su habitación, escucho de repente un tiroteo y al indagar sobre su origen, se le informo que en San Felipe los detenidos, apoyados por algunos oficiales de la guarnición, se habían apoderado del Castillo y enarbolaban la bandera del rey. Como en San Felipe estaban los víveres, las armas y municiones de la plaza y su posición elevada sobre la misma le permitía dominarla no vacilo, la situación era gravísima, pero Bolívar inmediatamente ordenó a sus tropas cimarroneras ir al contra-ataque y ordeno abrir fuego contra los poderos muros de San Felipe, de donde no tardaron en responder con efectos mortíferos para sus fuerzas, colocadas en fuerza muy inferior.

Cuenta Gual que al recibir Miranda la noticia exclamó con acento amargo y dramático “Venezuela está herida en el corazón”, La actitud del generalísimo, a partir de este momento, ha sido variablemente interpretada con relación a Bolívar. Para algunos, a la perdida de Puerto Cabello no pueden imputársele las consecuencias que Miranda quiso atribuirle, pues en los planes estratégicos del generalísimo Puerto Cabello “era solo un coeficiente de seguridad, menos que esto, casi un punto muerto”. En cambio para los enemigos de Bolívar, Puerto Cabello constituía, con su poderosa fortaleza y sus depósitos de viveras y armas, el centro de la estrategia militar de Miranda, en lo cual se fundan para inculpar al revolucionario de los desgraciados acontecimientos de 1812.

Pero veamos los verdaderos hechos y saquemos conclusiones: Existe una conducta que permite comprobar como dentro de los planes de Miranda, Puerto Cabello no tenía la exagerada importancia que se le pretendió dar: Primero, su negativa a auxiliar a Bolívar, cómo este se lo pidió encarecidamente. Si Miranda hubiera pensado que aquella posición le era dispensable, algo hubiese hecho para auxiliar a su comandante. Pero ocurrió todo lo contrario: por una parte: no tomo medidas para ayudar a Bolívar y por la otra, trató de aprovecharse de este desgraciado acontecimiento para convencer a sus tropas de que ya no había objeto en continuar la lucha y debía proceder a buscar un armisticio honroso para suspender el inútil derramamiento de sangre. Perdida su esperanza en una posible ayuda extranjera se decidió a aprovechar la pérdida de Puerto Cabello para justificar el abandono, que por falta de fe y por falta de principios, se preparaba a hacer de la causa de la República.

En la madrugada del 1º de Julio, el Bergantín “Argos” fue atacado desde el castillo San Felipe e incendiado, su capitán Camejo desertó con 120 hombres, Bolívar al ser informado de esta operación se encontró perdido y desamparado, entonces no tuvo otra alternativa que sentarse y escribirle esta carta a Miranda: “Ahora, que son las tres de la mañana, os repito como un oficial indigno de serlo, con la guarnición y los presos, se ha sublevado en el casillo de San Felipe y ha roto el fuego desde la una de la tarde sobre esta plaza: en el Castillo están casi todos los víveres y municiones, y sólo hay por fuera 16.000 cartuchos. La goleta Venezuela y el comandante Martínez han sido apresados. Los demás buques se hallan bajo sus fuegos como bajo los míos, y solamente el celoso se ha salvado, muy estropeado. Debo ser atacado por Monteverde, que ha oído ya los cañonazos; si vos no lo atacáis inmediatamente y lo derrotáis, no sé como puede salvarse esta plaza, pues cuando llegue este parte, debe estar atacándome”.

El silencio de Miranda fue oscuro, nada respondió a este llamado angustioso, ni tomo providencia seria para auxiliar al comandante del Puerto. Como Bolívar lo había previsto, no tardaron en llegar los refuerzos enviados desde Valencia por Monteverde. Obligado por las adversas circunstancias abandonó la plaza y se embarcó en el bergantín Celoso rumbo a la Guaira.

La pérdida de Puerto Cabello, que para Miranda y su cofradía fue simplemente la pérdida de una plaza, para el revolucionario significó la suprema derrota de su vida y un fracaso que lo atormentó hasta el punto de hacerle ver su imaginación al generalísimo diciendo con su gesto de supremo desdén: “lo que yo siempre expresé: ese alocado muchacho no servía para nada”. De ahí, que cuando Bolívar llegó a Caracas, se propuso a escribirle una carta a Miranda cuyo patetismo es el mejor comprobante de los principios de un verdadero combatiente. “Mi general mi espíritu se halla de tal modo abatido que no me siento con animo de mandar un solo soldado; mi presunción me hacia creer que mi deseo de acertar y mi ardiente celo por la patria supliría en mí los talentos de que carezco para mandar. Así, ruego a usted, o que me destine a obedecer al más ínfimo oficial, o bien me dé algunos días para tranquilizarme y recobrar la serenidad que he perdido al perder a Puerto Cabello.

A esta carta, Miranda ni siquiera se dignó contestar, pues mientras Bolívar sufrió la vergüenza del soldado derrotado, él meditaba en la solución que pondría fin a la República venezolana y lo hacia dejando la impresión de que la catástrofe próxima a producirse era consecuencia de la pérdida de Puerto Cabello.

En su encierro Bolívar daba libertad a sus pensamientos y se preguntaba ¿Puede lograrse una campaña real de amnistía, pidiendo a la vez el derrocamiento del gobierno y echando plomo a diestra y siniestra?

Pero su tormento, su torturante preocupación, era lo que Miranda pensara de él. Al enviarle el informe oficial sobre la pérdida de Puerto Cabello, le escribió una carta más, el dolor y la confusión espiritual, se reflejan vivamente en ella.

“Mi general, lleno de una especie de vergüenza me tomo la confianza de dirigir a usted el adjunto parte, que apenas es una sombra de lo que realmente ha sucedido. Mi cabeza, mi corazón, no están para nada. Así suplico a usted me permita un intervalo de poquísimos días para ver si logro reponer mi espíritu en su temple ordinario…De gracia no me obligue usted a verle la cara. Yo no soy culpable pero soy desgraciado y basta.

Soy de usted con la mayor consideración y respeto su apasionado súbdito y amigo. —Simón Bolívar".

Este trabajo solo puede ser publicado por: APORREA, ABREBRECHA (VENEZUELA) Y EL PCC DE CANARIAS.




viernes, 25 de marzo de 2011

La bolivalogía (IX)

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón
Como investigador de la bolivalogía me encuentro situado en un momento histórico del fenómeno que estudio, lo que no significa que sea definitivo, pero si al contrario de otros investigadores que se han encargado de presentar a un Bolívar con otros lineamientos muy diferentes a los míos, en otras palabras, busco la invariabilidad dentro de la variabilidad social que es en realidad lo que me interesa para que Bolívar se pueda ver como fue, especialmente como científico revolucionario de este continente y no solo teórico, sino de acción.

LUCHA DE BOLIVAR DESPUES DEL 5 DE JULIO DE 1811

El joven revolucionario se ve colocado en la posición obligada de simple espectador de una catástrofe que veía avanzar, Bolívar comenzó a sufrir la terrible tortura de sentirse impotente ante aquella situación, pero sus instintos revolucionarios le indicaban que tenía que actuar con rapidez y sin vacilaciones. De ahí, que de acuerdo con Miranda, desde la Sociedad Patriótica manifestaba alarmado los peligros que para ese momento significaba para Venezuela un federalismo, demandó disciplina, rigor y decisiones precisas contra los conspiradores y pedía pena de muerte para los españoles que preparaban la contrarrevolución en Coro y Maracaibo. Con exaltada elocuencia del verbo revolucionario declaraba que Venezuela sólo podría salvarse si actuaba con principios y libertad, adelantándosele a destruir a sus enemigos antes que ellos se fortalecieran mas de lo que estaban, pedía audacia, prontitud y energía implacable, solo estas virtudes exigidas por él a los hombres encargados de la ponderosa responsabilidad de gobernar, ¡salvaría la patria!

Pero estas ideas no encontraron el apoyo que él solicitaba, su juventud fue una de las razones para creerlas ligeras más que una garantía de quien las proclamaba. Sólo los jóvenes revolucionarios de ese momento político lo entendieron, pues las castas que gobernaban no se convencieron y manifestaban que todo había que manejarlo con mucha prudencia.

Los conceptos de Bolívar, se adoptaron como violentos y para desgracia del joven revolucionario, en el ámbito de este desacuerdo se reveló también las desavenencias que no se demoraron en distanciarlo de Miranda, quien ante la catástrofe que ambos habían presentido, no aceptó que Bolívar reaccionara de esta manera, su pesimismo lo sembró desde este momento, que exigía mucho de sus dirigentes.

Bolívar entra a funcionar con su teoría libertaria, lo básico y fundamental del verdadero revolucionario es su espíritu de rebeldía, este se manifiesta en primer termino, en luchar, en la fe espontánea de su actividad dirigente frente a las masas del pueblo a las cuales se encuentra ligado. Por eso, esto no lo han dicho nunca los fundadores a su culto. Bolívar reaccionaba desde el primer momento lanzándose con entusiasmo a la acción, buscando el camino que le permitiera poner su energía y su juventud al servicio de la República para su defensa. Al contrario de Miranda, quien no tuvo confianza en el pueblo, ni en los militares del momento, como ya lo dije, se sembró empecinadamente en un divorcio total en el concepto de lo que exigía aquella revolución latinoamericana emancipadora, por el contario, se vio dominado por su sombrío pesimismo y solo captaba con lucidez la desorganización del gobierno, la indisciplina de las fuerzas armadas, la falta de conocimientos técnicos en los oficiales de ese mismo ejercito y allá en el fondo de su alma se arrepentía de haber dejado a Londres para ponerse al frente de esta revolución, hacia comparaciones, con la Francia Jacobina y la Francia Napoleónica, y no podía menos de parecerle ridícula mascarada.

El distanciamiento entre los dos lideres se acentuó mas cuando en la ciudad de Valencia estalló un motín contra el gobierno republicano, en el cual los negros y los pardos, aliados con los españoles y a los gritos de ¡Viva Fernando VII! ¡Viva la religión católica! ¡Muera la independencia! Se pronunciaron contra los blancos mantuanos de Caracas y el Gobierno de la República, fue enviado el marques del Toro, hombre que simbolizaba la vieja generación en cuyas manos la república se perdía, venia con la misión de reconquistar la ciudad, pero éste declino la honrosa designación que le hacían. Esto obligó al timorato gobierno a tomar providencia menos deseada también para ellos, nombrar a Miranda, generalísimo de los ejércitos de la República, con la esperanza de que su prestigio militar restableciera la caída moral de las tropas.

No bien asumió la jefatura del ejército, Miranda no pertenecía a esta revolución, no supo manejar la situación, empezó a engrandecer más su pesimismo que lo dominaba. En los primeros días fue a presenciar una revista militar en sitio cercano a Caracas y se espantó cuando vio desfilar, sin orden ni marcialidad aquella montonera de paisanos mal armados, sin uniformes y peor disciplinados, con inoportuna amargura pregunto a los funcionarios que le acompañaban “donde estaban los ejércitos que un general de su prestigio podía llevar a batalla sin comprometer su dignidad”. Fue inminente su desprecio, su subestimación hacia las fuerzas cuyo mando acababa de confiársele. De inmediato procedió a cambiar los oficiales, para colocar en las posiciones de responsabilidad a militares extranjeros, con un rechazo rotundo a lo antiguos y valientes venezolanos que según él, carecían de los conocimientos teóricos exigidos por los ejércitos europeos.

A Bolívar le incomodó esta situación, vio que al general lo invadía solo un capricho personal e individual y que precisamente se necesitaba de sus conocimientos para construir el ejército revolucionario. Bolívar tenía el grado de coronel del regimiento de las milicias de Aragua, tomo la decisión y se presentó ante el generalísimo para ofrecerle sus servicios. Mirando lo rechazó de inmediato justificando su negativa que a todos sorprendió: Ese muchacho- dijo- es solo un “joven alocado y peligroso” a quien no se le podían confiar tareas de alta responsabilidad, tareas que Miranda reservó para oficiales extranjeros, o para aquellos venezolanos que según él, poseían conocimientos técnicos –como Soublette- quien en esos días fue incorporado al estado mayor del generalísimo. Bolívar recibió la inesperada ofensa en silencio y no se amilano, por el contrario solicitó de inmediato a Fernando Toro le llevara en campaña como ayudante suyo. Este le hizo incorporar a su cuerpo de edecanes y así pudo entrar a campaña con las tropas de Miranda enviadas a dominar la contrarrevolución iniciada en la ciudad de Valencia.

El joven “alocado” calificativo de Miranda, no desaprovechó la oportunidad, siempre en primera fila iba al combate haciendo prodigios de valor, arengando las tropas y logrando ante el asombro de todos convertirse en su líder. Miranda tuvo que ahogar su orgullo de generalísimo y admirar a ese intrépido soldado que en el ataque de la colina del Morro, se precipito contra las trincheras enemigas con un sable en la mano y con la otra su pistola, defendía como un león herido su causa; que no era otra que la justicia y la libertad.

Mostró Bolívar que el problema de la indecisión era mortal para un líder de una causa emancipadora en estas tierras donde no se contaba con un ejercito llamado así, desde él punto de vista militar, pero que esas montoneras eran mas que un ejército si se les sabia conducir al combate con táctica y estrategia, mostró los momentos de la crisis que afectaba la revolución, aquí no se podían traer los viejos esquemas de la Europa imperial, estas tierras le exigían al combatiente, tanto político como militar, crear y adaptarse a los cartabones esquemáticos configurándolos al sentido humano, al tiempo, al momento que vivía el país, Le señaló al generalísimo que tenía las cualidades de que carecían los jefes republicanos, señalados a dedo por él, astucia, ideas claras, audacia, energía, decisión para ir a la victoria de una batalla, era necesario desde el punto de vista del combate atemorizar al enemigo para imponerse, allí recordó la educación y las recomendaciones de su maestro don Simón Rodríguez, (“La vida se nos da como un todo”) cuando estos hombres respondieron maravillosamente, en aquel campo de la muerte, a la llamada de sus instintos de acometividad o de su simple instinto de conservación.

Así, las fuerzas contrarrevolucionarias se vieron obligadas, ante la violencia del ataque, a abandonar el Morro, se retiraron hacia Valencia, donde se atrincheraron en las estructuras que mejor se prestaban para la defensa.

Juzgando Miranda ligeramente las pérdidas del enemigo, ordenó el inmediato ataque a la ciudad, las tropas cimarroneras tomaron las calles, logrando otra victoria días después, no sin grandes pérdidas. “Mientras tanto dijo Ricardo Becerra, oficial ayudante y admirador del Coronel Bolívar: El cuartel general era en aquellos días teatro de algunas escenas muy ridículas y de las cuales testimoniaron los grandes oficiales del generalísimo, una de ellas, fue la que el Jefe pasaba revista a las tropas, a la distancia un oficial de línea hacía caracolear su caballo al frente de estas arengándolas con voz aguda. Miranda, colocando su mano izquierda sobre la frente, a modo de visera, como era su costumbre cuando quería concentrar la mirada, reconoció a Bolívar, y, frunciendo el seño, pronunció palabras de desaprobación que oímos sus ayudantes.

En realidad los buenos resultados de aquellas victorias que sirvieron para tomar la ciudad, no fueron aprovechados por Miranda, quien accedió fácilmente a los deseos del Poder Ejecutivo, enemigo de nuevos derramamiento de sangre, se abstuvo de avanzar sobre las ciudades rebeldes de Coro y Maracaibo, enfrió los ánimos de aquellos combatientes, dirigiéndose a Caracas a ponerse al frente de los tribunales convocados para juzgar a los responsables de la insurrección Valenciana. Todo motivo de alarma se consideró entonces fuera de lugar y en las delicias de una República patriarcal se adormecieron los principios de los patriotas venezolanos.

Por supuesto, esta calma no duro mucho tiempo, el generalísimo pasó por alto que los cimientos de la República estaban suficientemente débiles por las agitaciones contrarrevolucionarias y el descontento general que se levantaba contra la nueva administración a la que se le unía una catástrofe de la naturaleza, precisamente en esos días, el 26 de Marzo un terremoto estremeció las ciudades de Caracas, La Guaira, San Felipe, Barquisimeto y Mérida.

“El día del terremoto –contó el mismo Bolívar- yo llegue corriendo hasta aquí (LA PLAZA DE SAN JACINTO) en mangas de camisa porque me encontraba descansando, por cierto que encontré un lamentable hacinamiento de ruinas…En el acto me puse a la obra de salvar victimas, encaramándome sobre los escombros y gateando en dirección a los sitios de donde salían quejidos o voces de auxilio. Me hallaba en esta tarea, cuando di de manos a boca con el furibundo españolizante José Domingo Díaz, él que no hace más que verme y echarse a comentar con su acostumbrada sorna:

-¿Qué tal, Bolívar? Parece que la naturaleza se pone del lado de los españoles…

No vacile para responderle.

-Si la naturaleza se opone a nuestros designios, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca- lo hice porque interprete su cinismo.

(Continuará…)

jueves, 24 de marzo de 2011

La Bolivalogía (VIII)



Víctor J. Rodríguez Calderón

A través de los tiempos, la libertad, la justicia y la igualdad va tomando conciencia, nuestros aborígenes han dejado el camino, las lecciones de ese enorme problema que plantó el imperio con su conquista, ellos fueron el inicio a la extrapolación, hacia lo que fue visto como una naturalidad por ese mismo imperio que solo vino con la intención de explotar, robar, saquear, pillar y esclavizar, para ellos a quienes encontraron en estas regiones, no existían y así continuaron, hasta que nuevamente las conciencias que amaban la libertad comenzaron a despertar en aquellos grupos sociales del momento colonial.

Nuevamente el hombre ve sus necesidades, necesita patria, no tienen lo que es de ellos y el imperio se los ha arrebatado, y si no despiertan, corren el mismo riesgo de los aborígenes: Extinción.

En sus documentos hablan de la socialización de la sociedad, la multiplicación de las comunicaciones y de los intercambios, generalización de la mercancía y formulan un nuevo ideal radical que el imperio vio como algo utópico. Así se va desarrollando la bolivalogía.

CONGRESO DE 1811 Y FIRMA DEL ACTA DE LA INDEPENDENCIA

La verdadera batalla entre partidarios y enemigos de la Independencia se libra en el Congreso que se instala el 2 de Marzo de 1811 con diputados de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita y Mérida a los cuales se suman en breve las representaciones de Barcelona y Trujillo. El Generalísimo Francisco de Miranda, a última hora obtiene una curul por la provincia de Barcelona. Las sesiones comenzaron dentro de un ambiente caldeado por el choque de las pasiones políticas, porque privados los partidarios de Fernando VII de sus mejores argumentos, en virtud de la actitud asumida por la Regencia, que al conocer la constitución de la Junta de Gobierno de Caracas, declaró en estado de rebeldía a Venezuela, se inició el debate con el pronostico que el país se precipitaría a la disolución social si se declaraba inmediatamente la independencia.

El joven Bolívar ha comenzado a nacer como revolucionario radical, y precisamente es en este congreso, cuando entra en una profunda preocupación porque ve que el éxito alcanzado por los argumentos enemigos desde un principio están convenciendo; Bolívar, se dispone a trabajar, el sabe que solo una poderosa presión de la opinión publica, bullanguera y deliberante que asistía a las sesiones de la Sociedad Patriótica, podía romper el peligroso equilibrio de fuerza formado en el Congreso, en cuya desesperante estabilidad se hallaba a punto de naufragar, según su análisis, el movimiento en pro de la emancipación venezolana.

La noche del 3 de Julio se presentó a la Sociedad Patriótica, molesto y contrariado por los incidentes de la sesión de esa tarde en el Congreso, en la cual no se pudo llegar a ninguna solución favorable y en cambio si se habían formulado acerbas criticas a la Sociedad Patriótica, acusándola de aspirar a convertirse abusivamente en segundo Congreso.

Embriagado ya por su conciencia revolucionaria, se puso en pie en medio de la masa que caracterizaba esa noche el debate de la Sociedad y con voz firme demandó la palabra. Bolívar contaba entonces 28 años; en su rostro se habían hecho mas definidas las líneas afirmativas que indicaban la tendencia de su carácter; sus ojos negros y profundos tenían una lumbre difícil de resistir, sobre su frente ya comenzaban a marcarse las líneas que después lo atravesarían de surcos profundos, se levanta rebelde su cabello negro y se escucha su palabra: “No es que haya dos congresos. –Todos quedan en silencio, se apagan los murmullos y el orador continua- ¿Cómo fomentarán el cisma los que mas conocen la necesidad de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad. Unirnos para reposar y dormir en los brazos de la apatía, ayer fue mengua, hoy es traición”.

Estas frases, en las que se mezclaban el acento convincente con la llama de la pasión de los principios de la rebeldía, lograron atraer la atención de la masa allí presente hacia Bolívar, a quien en ese recinto se le escuchaba siempre con gusto, porque dominaba con inteligencia las pasiones populares, sabia llegar al pueblo, entenderlo, hablarle en su idioma. “Se discute en el Congreso Nacional –continuó- lo que debiera estar decidido. Y ¿Qué dicen? Que debemos comenzar por una Confederación. ¡Como si todos no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera! ¿Qué debemos atender a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos, o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! ¿Trescientos años de calma no bastan? ¿Se requieren otros trescientos todavía?

Una clamorosa ovación fue la respuesta a estas interrogaciones lanzadas en aquel recinto en cuya atmosfera, cargada de electricidad, se estaba engendrando las fuerzas desencadenadas de la bolivalogía, tormenta revolucionaria científica y social. Bolívar sintió que aquella masa estaba convencida de la necesidad de la revolución, sin vacilar, se adelantó a proponer una decisión que tendría importancia superior a la que él mismo imaginaba: “La Sociedad Patriótica respeta como debe –dijo fijando posición- al Congreso Nacional; pero el Congreso Nacional debe oír a la Sociedad Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana. Vacilar es sucumbir. Propongo que una comisión del seno de este cuerpo lleve al soberano Congreso estos sentimientos”.

Esta propuesta fue acogida con entusiasmo y la Sociedad Patriótica acordó remitir al Congreso una posición en tal sentido. Entregada ésta, el 4 de Julio, después de encendido debate sobre las facultades de sus miembros para realizar la “declaración de independencia”, la cual se efectuó y se firmo el 5 de Julio de 1811 Acta famosa, redactada por Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi.

Cuando en los debates del Congreso la tesis de la independencia estaba próxima a su triunfo, Roscio formuló esta profunda observación: “Podría dudarse por los políticos –dijo- si Venezuela tiene la estatura necesaria y la fuerzas suficientes para el rango que va a ocupar; pues, aun cuando en Europa hay soberanías de menos población y extensión que la nuestra, creo que no debe ser el mismo calculo estadístico con respecto a América”. Miranda pidió la palabra y combatió firmemente esta duda, afirmando que los Estados Unidos tenían menos de tres millones de habitantes cuando se declararon independientes y sin embargo la libertad les había conducido, con paso acelerado, por la senda del progreso. Este criterio los animo y de ahí que promulgada la independencia, todos se prepararan a asistir al crecimiento, de un estado fuerte y poderoso como los Estados Unidos de Norteamérica.

Pero una serie de acontecimientos no demoraron en dejar en el ánimo de las más perspicaces conciencias, profundas dudas sobre sus precipitadas ilusiones. No bien se comenzó en el Congreso la discusión de la Constitución Política para el nuevo Estado, el cuerpo social que durante 300 años había formado una unidad con el nombre de Capitanía General de Venezuela, empezó a dispersarse; cada una de las ciudades importantes se empeño en construir un estado independiente y los antiguos odios o rivalidades que existían entre esas ciudades y Caracas se levantaron con terrible violencia, demandando imperativamente una carta federal que diera a cada una de las ciudades y provincias principales total independencia y soberanía.

Nada pudo contener la tendencia federalista. Miranda en el Congreso y Bolívar en la Sociedad Patriótica realizaron inútiles esfuerzos por combatirla, pero los males futuros por ellos profetizados no alcanzaron a contrarrestar las esperanzas de inmediatas ganancias que la federación permitía esperar a quienes estaban en posibilidad de usufructuarlas.

El calificativo de “Caraqueño” se le lanzó muchas veces a Bolívar como insulto y a Miranda se le denominó “extranjero” y hasta se llegó a acusarlo de estar vendido a Inglaterra. El 21 de Diciembre de 1811, el Congreso sancionó una constitución según la cual, “cada provincia –como diría Bolívar– se gobernaba independientemente y a ejemplo de esta, cada una pretendía iguales facultades alegando la practica de aquellas y la teoría de que todos los hombres y todos los pueblos gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode”.

(Continuará...)