

La mentira, que es el discurso oficial del sistema, se esconde tras una catarata de nuevas mentiras y represión, está en una huida hacia delante de mentiras.
El sistema se retroalimenta de sus propias mentiras y las expende a través de una opinión publicada que ha devenido en coartada de la mentira, a una opinión pública que se ha acostumbrado tanto a la mentira que la verdad le resulta hiriente.
Es mentira que Caja Castilla-La Mancha tenga una situación de falta de liquidez transitoria, como es mentira que tengamos el sistema financiero más sólido del mundo, como es mentira que la dimisión hace un mes de los consejeros del PP les exima de su responsabilidad en el desastre.

La mentira se paga, cobra peaje, proscribe la honradez, impide la competencia, restringe la libertad, corrompe las almas y lleva a los cuerpos a la miseria.
La mentira expolia, cierra industrias, lleva al paro, convierte los subsidios en una trampa, la asistencia social en un concepto de márketing.
El sistema es una gran mentira que se expande, en el que los partidos, los “sindicatos”, los cineastas, los ecologistas, los cantantes y toda la parafernalia del sistema, el núcleo duro y los coros y danzas, conforman un decorado de cartón piedra, de pasta flora, previsto simplemente para expoliar, para consumir parasitariamente a la sociedad productiva, a las esforzadas y exhaustas clases medias.
El sistema tiene sus mentiras y tiene sus coartadas. Y el tiempo de unas y de otras ha pasado, porque ha llegado el momento, por el mínimo de sentido humanitario, de la realidad, de la verdad.
Decía Bertrand Russell que “para buscar el interés personal es suficiente el instinto, pero para buscar el interés de la comunidad es precisa la virtud”. No pocos confunden el instinto con la virtud. Y estos tiempos exigen a chorros virtudes cívicas. Empecemos a amar la verdad aunque nos cueste la vida.
Enrique de Diego
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