martes, 12 de octubre de 2010

Tierra Aborigen CHACAO “El Hércules americano”

Por: Víctor J. Rodríguez Calderón

Tierra aborigen era el vasto imperio del diablo cuando a ella llegaron los hijos del infierno, aquellos fanáticos que vinieron con su misión contra la herejía de los nativos y a confundirse con la fiebre del oro, brillo de los tesoros del llamado nuevo mundo y para robarlos y exterminarlos.

Ellos se enfrentaron a esa otra civilización desconocida, ruin, perversa, ambiciosa, ladrona, llena de vicios, alienada en una religión cruel causante de condiciones infrahumanas usurpadora de la piedad y del perdón para poder asesinar. Fue una causa desgraciada y fatal ante la cual nuestros aborígenes tuvieron que levantar una guerra defensiva.

Que mejor que hoy 12 de Octubre de 2010 al cumplir 518 años de barbarie colonial, hablemos de un guerrero, combatiente de la libertad, la justicia aborigen nuestro.

CHACAO “El Hércules americano” para conocerlo recorreremos parte del camino que anduvo nuestro hermano aborigen. Fue a finales de Febrero y principios de Marzo de 1567 que las tropas conquistadoras de Diego de Losada encaminadas hacia Caracas para su fundación, decidieron tomar un descanso y lo hicieron en un sitio que se llamaba Valle de la Pascua, hoy está allí lo que denominan Valle-Coche y pertenece a la ciudad de Caracas, de allí se le encargó al capitán Cataño adelantarse por toda la ribera del río Turmero, hoy Valle, con el objeto de intimidar cualquier defensa aborigen. El capitán Cataño pasó por la Villa de San Francisco, hoy Caracas, y decidió adentrarse un poco mas encontrando un caserío pequeño el cual ordenó atacar, pero allí no estaban los guerreros porque todos estaban concentrándose con las tropas defensivas de Guaicaipuro. El ataque fue bestial ante mujeres, niños y viejos. Notificado Chacao de que su jurisdicción había sido atacada y diezmada resolvió de inmediato regresar, pero ya las tropas conquistadoras de Diego de Losada estaban en la comarca de San Francisco y habían sido atacados por Guaicaipuro, en este combate muere Diego de Paredes quien comandaba a los conquistadores.

Diego de Losada procede a condenar a muerte a Guaicaipuro y proyecta el sometimiento de todas las tribus para poder proceder a la fundación de Caracas. Le ordena al capitán Juan de Gámez que aliste una tropa de ochenta hombres para que visite al cacique Chacao y lo someta a como diera lugar. Chacao llegó a la ranchería y halló que todos habían sido asesinados y todo destrozado, junto con sus hombres se dispuso a reconstruir con lo que le quedaba y con los que regresaba, pero cuando se encontraban en estos trabajos fue atacado por las tropas de Gámez que penetraron y rodearon el lugar.

- Ríndete Chacao, te respetaremos la vida si evitas un derramamiento inútil de sangre. Estas perdido, están rodeados por mi gente.

- La poderosa muerte me invitó muchas veces para que la siguiera, dime ¿tu qué me ofreces?, -fue la respuesta de Chacao.

- Nuestro jefe, don Diego de Losada desea la paz y quiero entrar en trato comenzando contigo y tu tribu.

- Diego de Losada asesinó a mi gente, no habrá ningún trato con un hombre sin rostro, sin figura, a él no le duele su gente, a nosotros sí.

- Nada tiene que ver nuestro jefe con eso que dices. Te prometo que ya no habrá más odios, ni se regará mas sangre en este hermoso valle.

Chacao se acerca al capitán, sus ojos de tigre traspasan al imponente conquistador, quien al verlo acercarse desenfunda su espada y le dice:

- ¡Detente! No des un paso más porque ordeno matarlos a todos.

El cacique se detiene, el capitán levanta la espada y los aborígenes comienzan a estremecer el lugar con sus gargantas mezclando cantos de aves y gritos. Chacao hace un gesto y levanta con energía su mano derecha, todos quedan en silencio. Mira al capitán y le responde a sus amenazas.

- Desde que llegaron la paz retiró su lenguaje de nosotros, huyó la libertad para caer en su pólvora y sus aceros y ya solo la muerte ronda agazapada entre el odio y la avaricia. No hay día, no existe la noche, no hay nada, sólo el terror tiene vida porque se esconde en las armas que cierran los caminos. Tú hablas de paz y revientas su vientre, si no como explicas ¿Esto?

El capitán baja la espalda y le responde al cacique:

- Todo lo que vive por estas tierras se parece a la muerte, dentro de cada espacio salpica su odio y dentro de cada raíz viven las garras de la desesperación. Solo si ustedes y nosotros nos entendemos pueden volver a la vida la paz y la libertad. ¿Ostia, no lo crees hijo?

- Sabias son tus palabras y ya a muchos hermanos míos han convencido, pero a donde quiera que llegamos, todos son esclavos, viven en espacios amurallados y ya su trabajo no es para ellos sino para ustedes, pues solo migajas les reparten como si fuesen animales.

- Son ustedes salvajes y asesinos, es necesario civilizarlos. ¡Créemelo hijo!

- Te equivocas –contesta rápidamente Chacao y señalando hacia las faldas del Guaraira Ripano (Cerro Ávila) continua-, somos hombres brotados de las profundidades de estas tierras, de su espesura, vivimos de nuestro trabajo y mientras no había llegado tu civilización asesina, nosotros colectivamente vivíamos entre el amor y el entendimiento. ¿Salvajes? ¿Asesinos?, solo tengo que mirar alrededor de todo lo que ustedes han hecho y la historia, solo ella, podrá en el tiempo decir con certeza la verdad de lo que ha visto.

Por un instante los ojos implacables de aquellos hombres se cruzan escalando sus causas. Chacao no vacila y sin perder mas espacio lanza un grito que despierta a sus hombres:

- ¡Contigo, y solo contigo vino la guerra españooooool!

- Ríndete Chacao –apuntándole con la espada le dice el capitán-. Vine a pacificarte y lo mismo es vivo que muerto.

- ¡Muertos pero libres! ¡Todos al ataqueeee!-ordena Chacao.

Chacao se lanza con furia sobre el caballo que monta el capitán logrando encabritar el animal para que se desprendiera de su jinete, Juan Gámez cae al suelo, los arcabuceros disparan y nueve indios caen muertos, el capitán logra levantarse y grita:

- ¡A Chacao lo quiero vivo!

El cacique lucha tenazmente pero un pelotón de diez hombres lo golpea y logra dominarlo. Cacique y tribu caen en manos de Gámez, quien se acerca al gran cacique con una pequeña niña aborigen de unos cuatro años y le dice:

- ¿Tu hija?

- Si, mi hija –contesta el cacique.

Pero el diálogo se corta porque de entre los aborígenes que ya estaban siendo encadenados, salta un niño de unos nueve años armado de arco y flecha, un arcabucero le dispara pero para suerte del niño sale ileso logrando llegar hasta donde está el capitán parándosele al frente y apuntándole con el arco le advierte:

- Suelta a mi hermanita o te mataré cobarde.

- ¡Vaya hombre! ¿Qué tenemos aquí? –le responde el capitán.

- Suéltala o date por muerto.-Insiste el niño.

Todos están asombrados ante el valor de aquel infante y aun más el mismo capitán quien le responde:

- Chavalito no hagas locuras. Nada va a pasarle a tu hermanita, entrégame el arco y las flechas y…

- Toma cobarde –el niño dispara su flecha que va directamente al pecho del conquistador, esta no penetra por falta de fuerza y a la protección que utilizaban contra estas armas los españoles.

-Ostia que arrojo tiene el chaval, ¡Préndelo!

El niño es sujetado por dos hombres, pero su enojo era terrible, su batallar incesante, y estos tuvieron que llamar refuerzos para poderlo dominar.

Juan Gámez quedó admirado del arrojo y valor del pequeño, ordenó que se lo montaran en su caballo y así junto con la tribu y el cacique dispuso regresar a la comarca de San Francisco. Al llegar al campamento con los prisioneros, contó a Losada la heroica hazaña del niño y allí fue cuando Oviedo y Baños, el periodista, el reportero, el historiador de la época, también vio por primera vez al cacique que denominaría para la historia como “el Hércules americano”.

Losada convence a Chacao de la necesidad de la paz para poder vivir tranquilos, aceptando el cacique las proposiciones ofrecidas por el aguerrido conquistador.

El tiempo corre veloz como un caballo, los signos de hostilidad y de desprecio del conquistador se acentúa mas contra los aborígenes, las crueldades mientras el sol dora las espaldas de los aborígenes en sus trabajos se hacen frente a la cólera del sanguinario jefe de esclavos. Chacao no soporta mas los días que llevan allí, casi no han probado un bocado de carne, no se les ha permitido cazar o pescar, la tierra se pone roja regada por la sangre y la carne de los aborígenes que mueren de hambre.

Losada estaba muy ocupado en la preparación para la fundación de Santiago de León de Caracas y había encomendado a Juan Gámez para el tratamiento y la disposición con los aborígenes, éste a su vez nombró a Martín Alonso Aponte quien descargó todo su odio y su violencia, este individuo acostumbraba después que los aborígenes cumplían con sus tareas a torturarlos colgándolos de un poste de castigo y soltándoles feroces perros hambrientos, así que Chacao decidió enfrentarlo:

- No es esto lo que pactamos con tu jefe –expresó indignado el cacique.

- ¡Calla bestia feroz dejada de la mano de Dios! –Replica Martin Alonso- ¿No sabes que tengo orden de cortarle la cabeza al que abra la boca?

- Apresúrate porque de lo contrario seré yo quien te la derribe –sin perder un instante Chacao lanza un puñal que va directamente a la garganta del esbirro español, clavándosele mortalmente de ipsofacto. Todos los aborígenes atacan a los centinelas, desarmándolos y matándolos. Chacao ordena silencio y les dice a sus compañeros:

- Atacaremos el campamento, mataremos a todos, recobraremos a mis niños y luego marcharemos hacia Sierra Grande (cerro del Ávila) esto lo haremos esta noche. Ellos no cumplieron lo prometido en la alianza y solo nos utilizan como sus esclavos.

Pacientemente esperó el cacique y su tribu el desplazamiento de las horas que faltaban para que llegara el momento de atacar. Con los pocos hombres que tenia trazo su plan de acción, seis combatientes rodearon las cercanías del campamento impidiendo la entrada o salida de soldados. Con dos compañeros se acerco a la gran muralla de madera y les encomendó reforzarle el ataque, pero antes eliminaron silenciosamente a los ocho vigilantes que estaban apostados en las afueras de la muralla, con destreza, habilidad y cobijado en las sombras de la noche penetró el campamento sólo, cuando llegó al sitio donde descansaba Juan Gámez, inspeccionó todo el lugar y vio que allí en un rincón estaban los dos niños aborígenes que habían sido raptados por el capitán. Con una señal les indico que se mantuvieran tranquilos y en silencio, cuando llegó hasta el lecho del capitán se paró erecto en toda la mitad y con voz de trueno le dijo:

- He visto al mal y quiero que ahora venga aquí a estrellarse con mi cuerpo.

El capitán al oír la voz se despierta sobresaltado, al ver entre lo oscuro aquella corpulencia aborigen, empalidece y corre la mano hacia donde tiene su arcabuz cargado, pero de una patada el aborigen se lo retira, ya era tarde, el movimiento de Chacao es veloz y su voz decidida hace que el español se acobarde.

- Prepárate a morir, afila tus uñas para que te defiendas, pues no daré tregua porque nos has traicionado y tu paz solo está en el filo de tu espada y tu cobardía.

- ¡Auxilio! ¡Auxilio! Un indio me quiere asesinar –grita desesperadamente el capitán.

Chacao persigue al español que trata de salir de la tienda, lo atenaza con sus poderosas manos en todo el cuello, en ese momento entran cuatro soldados y disparan sus arcabuces, un tiro va al pecho del aborigen y otro a la pierna izquierda. Chacao, no cae, lucha también cuerpo a cuerpo con aquellos hombres dejándolos fuera de combate, cuando regresa hacia el cuerpo del capitán éste se había desmayado y Chacao creyéndolo muerto se dirigió al sitio donde estaban esperándolo los dos niños, alzándolos, atraviesa velozmente el campamento logrando su rescate, luego decide regresar nuevamente con sus compañeros, se apodera de los caballos y los sacrifica para evitar la persecución y así Chacao y sus pocos guerreros se internan hacia Sierra Grande para restablecerse y prepararse para la lucha que solo la muerte podía terminar, pero el aborigen había perdido mucha sangre y su piache no pudo hacer nada. Su muerte apagó otra luz y la libertad lloró al perder de nuevo el camino.

Que no se guarde la historia de este valiente cacique nuestro, que se conozca en toda la inmensidad de la tierra. Quiero que la salida de todas estas historias, encuentren la verdad que les tocó vivir. Mañana estaré de nuevo con todos ustedes.

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