martes, 22 de abril de 2008

La izquierda y las izquierdas


Teodoro Santana
Ya el gran escritor argentino Julio Cortázar hablaba de la “prostitución del lenguaje”. Un fenómeno que es especialmente llamativo en el terreno de la política y, en particular, en lo que se refiere a los términos “izquierda” y “derecha”. Lo cierto es que, a estas alturas, “la izquierda” se delimita por lo que no es “la derecha” (o el “centro”, término aún más evanescente)...


Ya el gran escritor argentino Julio Cortázar hablaba de la “prostitución del lenguaje”. Un fenómeno que es especialmente llamativo en el terreno de la política y, en particular, en lo que se refiere a los términos “izquierda” y “derecha”.
Lo cierto es que, a estas alturas, “la izquierda” se delimita por lo que no es “la derecha” (o el “centro”, término aún más evanescente). Bajo el término “izquierda” se emboscan las más diversas corrientes, con modelos de sociedad y propuestas hasta antagónicas.
Incluso si reducimos la izquierda a ser el espacio de los partidarios de las posiciones más avanzadas en cuestiones de derechos civiles, se nos descosen las costuras del término. Así, por ejemplo, mientras leyes como la de plazos para la interrupción voluntaria del embarazo llegaron al Reino Unido de manos de los conservadores, es la “izquierda” laborista la que ha puesto en marcha la legislación más reaccionaria con la excusa del terrorismo, eliminando de hecho el habeas corpus y permitiendo la detención indefinida y sin cargos. Por no hablar de la legislación “antiterrorista” en el Estado español y la Ley de Partidos.
Sería más conveniente, por lo tanto, hablar de “fuerzas partidarias del capitalismo” y de “fuerzas partidarias del socialismo”. Pero también aquí tropezamos con un lenguaje totalmente prostituido. La práctica totalidad de los partidos que en Europa se denominan “socialdemócratas” y “socialistas” son defensores integrales del sistema capitalista. Todo lo más, llegan a defender un “capitalismo de rostro humano”. Siempre, claro, que no haya necesidad –es decir, necesidad de los grandes poderes económicos capitalistas– de reconversiones industriales, congelación de salarios y mayores facilidades de despido.
Desde luego, no ganaría muchos adeptos un partido que se denominase, verbi gratia, Partido Capitalista Burgués Español. Hasta el partido más fanáticamente defensor de los intereses de la oligarquía española, se llama a sí mismo Partido “Popular”. Por lo tanto, los términos “izquierda” y “socialismo” aparecen como meros reclamos electorales, ambiguos terrenos donde pasar de contrabando cualquier mercadería política.
No puede hablarse de que una fuerza sea “socialista” si en ella no hay “socialistas”, esto es, partidarios del socialismo. Y difícilmente se puede ser socialista si, incluso quienes dicen apostar por el socialismo desconocen de qué están hablando.
Ya en el Manifiesto Comunista, Marx y Engelsretrataban distintos tipos de socialismo: socialismo reaccionario, socialismo feudal, socialismo pequeño burgués socialismo conservador o burgués, socialismo utópico… Pero es precisamente con Marx y Engels con quienes el socialismo deja de ser lo que a cada uno le parezca (y, por lo tanto, el terreno abonado para cualquier superchería u especulación) y se convierte en una ciencia. Deja de ser un sueño para convertirse en la “hoja de ruta” para millones de trabajadores de todo el mundo.
Por lo tanto, para hablar seriamente de “izquierda”, hay que hablar de socialismo. Y no de cualquier socialismo que se nos ocurra, sino de un socialismo basado en la realidad, basado en la ciencia. Es decir, del marxismo.

Cierto que esto requiere una acción política fundamentada en el estudio, el rigor y el esfuerzo. Y a buena parte de la “izquierda” al uso le resulta más conveniente dar por “superado” el marxismo que estudiarlo. Ya se sabe: es más descansado hablar del socialismo que ponerse a ello.
De loHola. Que crees? Porfin regrese de viaje y tome un chingo d fotos, pero quiero q me digas q piensas de ellas antes de que las suba a mi facebook.

trata es de que, para cambiar la sociedad, tenemos que cambiar primero las formas de hacer política, de organizarnos y hasta de hablar. Cambiarnos a nosotros mismos.
Porque, para vencer en el terreno de la política, tenemos primero que vencer –vencernos– en el terreno de las ideas.
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