domingo, 26 de abril de 2009

Revolución y Diplomacia (II)

Jorge Gómez Barata (Visiones Alternativas)

En su gestión al frente del gobierno cubano, Fidel Castro no se destacó por viajar excesivamente aunque tampoco le sobraron oportunidades. Los intentos por aislar a Cuba y a él mismo han sido una pieza clave de la política de los Estados Unidos contra la Revolución.

Tal vez porque la Revolución Cubana triunfó en plena Guerra Fría, poco después de la Guerra de Corea, cuando estaba vigente la “Doctrina Truman” de contención del comunismo y se sentían los efectos del McCarthysmo, el líder cubano comprendió la peligrosidad de la maniobra aislacionista y mediante una enérgica diplomacia revolucionaria se empeñó en contrarrestarla.

En 1959, apenas 23 días después de entrar en La Habana, Fidel Castro llegó a Venezuela, habló ante el Congreso, en universidades, al pueblo y estableció contactos con las fuerzas políticas avanzadas, incluso con el presidente Rómulo Betancourt.

Cuando la agresividad de los Estados Unidos comenzaba a manifestarse con fuerza y ante la ausencia de interés de la administración de Eisenhower-Nixon para sostener contactos directos, tomó la iniciativa y aprovechando la invitación de la Asociación de editores de Periódicos, viajó a Estados Unidos, ofreciendo conferencias, entre otros lugares, en las universidades de Princenton y Harvard y compareciendo ante la prensa. En Nueva York, se entrevistó con el Secretario General de la ONU Dag Hammarskjold y en Washington con Richard Nixon.

Ante las primeras evidencias del nefasto papel que podría desempeñar la OEA respecto a la Revolución, el 2 de mayo de 1959, llegó a Buenos Aires para participar en la Reunión del Consejo Económico y Social de la organización ante la cual propuso que Estados Unidos aportara un préstamo de 30.000 millones de dólares, (unos 200.000 millones de hoy) para financiar el desarrollo latinoamericano. El periódico “La Nación” de Buenos Aires, calificó su discurso como el de “un hombre prudente, reflexivo, inteligente y responsable. Un héroe de nuestro tiempo".

En 1960, cuando todavía el diferendo entre Estados Unidos y la Revolución Cubana no había pasado la línea de no retorno, Fidel volvió a Estados Unidos, para participar en las sesiones de la Asamblea General de la ONU. En lugar de aprovechar la para establecer contactos que entonces pudieron haber resultado decisivos, el gobierno norteamericano lo hostilizó al máximo.

Aunque aquellos esfuerzos arrojaron saldos positivos, la vigencia de la hegemonía norteamericana y el entreguismo de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos frustraron la buena fe revolucionaria.

La situación se enrareció considerablemente porque varios países centroamericanos prestaron su territorio para la invasión mercenaria por bahía de Cochinos. Incluso después que el presidente Kennedy había reconocido públicamente la responsabilidad de los Estados Unidos y admitió la derrota, la OEA mantuvo un silencio cómplice.

Ante el hecho de que la casi totalidad de los gobiernos latinoamericanos de la época se sometieron a la política norteamericana y rompieron los vínculos con Cuba, situación que en algunos casos se mantuvo hasta fecha muy reciente, la Revolución desplegó una diplomacia directa encaminada a esclarecer a los pueblos, las vanguardias políticas, las fuerzas progresistas y la intelectualidad de todo el mundo.

A aquella batalla que paralizó maniobras y agresiones contra la Revolución Cubana y ofreció tribuna a sus líderes se sumaron los ex países socialistas y la Unión Soviética, los pueblos del Tercer Mundo, las fuerzas progresistas y los partidos de izquierda de América Latina y Europa, sindicatos y organizaciones campesinas, femeninas, juveniles, los movimientos de liberación nacional y personalidades de relieve universal.

Como parte de aquel proceso Cuba se integró a la gestación del Movimiento de Países No Alineados y a la creación de entidades como la Organización de los Pueblos de Asia, África y América Latina conocida como Tricontinental, la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) y otras. Con particular celo Fidel se preocupó por esclarecer que la confrontación con el imperio no implicaba al pueblo de los Estados Unidos con cuyos sectores sociales y políticos avanzados y personalidades del Congreso, la cultura, incluso elementos de diferentes administraciones se han mantenido contactos.

Desde el encuentro de Fidel Castro con Richard Nixon en 1959, pasando por el recibimiento al representante de John F, Kennedy, Jean Daniel en 1963, los trabajos con enviados de la administración Carter para establecer las sesiones de intereses, Cuba se preocupó por aprovechar todas las oportunidades, para avanzar en la solución del diferendo, siempre con la premisa de la igualdad soberana de los estados y el respeto a su soberanía.

A lo largo de cincuenta años, la política norteamericana hacía la Revolución Cubana han sido una suma de actos agresivos y criminales, bloqueo, posiciones arrogantes y abusos. No obstante, ningún error ha sido mayor que la negativa de 15 administraciones y diez presidentes al sencillo acto de conversar con Fidel Castro que hubiera podido esclarecer y allanar caminos para soluciones reales. La oportunidad sigue abierta, cosa que con claridad ha reiterado el presidente Raúl Castro.

26/4/09

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